Agua de zarza

Una hora diaria.

Oscar Eme Mora.
7 min readApr 4, 2017

Hoy haré agua de zarzamora. Son los últimas, de las que me dio Gabo el domingo que conocimos su huerta. Celina recogió más pero se las comieron entre sus hermanas y un buen bonche para su mamá. Yo solo recogí dos cajas, una para mí y otra para mi madre. Aquel lunes, un día después del #LlevenRepelenteFest, con esas zarzas le hice agua a mi madre. Comimos bistec a la mexicana sin chile (porque a mi mamá le hace daño comer chile, o sea un simple bistec), arroz rojo y frijoles. Logré que mi mamá comiera algo, porque esa vez lo hice todo yo.

Gabo nos había invitado, vía Facebook, a conocer la huerta de su familia en la que él trabaja y sobre la cual se la pasa escribiendo en Medium. La verdad es que acabo de exagerar porque de todos sus textos, han de ser máximo unos cinco en los que habla de la huerta. Yo iba a ir a un curso sobre edición con un periodista de Proceso, pero como ese mismo domingo era el #LlevenRepelenteFest, cancelé mi plan de encerrarme en una habitación y escuchar a alguien hablar de editar una revista de periodismo político de izquierda. La verdad es que tampoco tenía dinero para pagar el curso e ir a comer carne asada, unas cervezas, mosquitos, Gabo, sus amigos, Celina, sus hermanas y un domingo en el campo, no sonaba mal.

Un día antes, yo planeaba llegar a Uruapan. No queda lejos de Morelia, pero sí es caro (en relación a otros lugares) ir a la capital mundial del aguacate y los baches. Tienen nuevas calles del Centro, camiones en donde no te sientes ahogado a diferencia de las combis de la capital y allá vive mi papá, mi mamá, mi hermano y su familia. También tengo amigos, pero ya casi no los veo y si los viera no sabría qué contarles. ¿Qué les digo? No puedo tener pláticas sobre en qué ando trabajando. Tampoco si planeo tener familia o a quién he visto últimamente. Por eso planeaba viajar a Uruapan únicamente el sábado, un rato nomás con mis padres y el domingo, a la huerta con Gabo.

Todo fue un desmadre, porque viajar con Gabo, siempre lo es. Desmadre en sentido chido. Él andaba en Morelia y me ofreció aventón. Yo, como ando en crisis económica, acepté. Cancelé mi reservación de Bla Bla Car y quedamos a una hora en un lugar. Pasó por mi una hora después en otro sitio. Comimos alitas y él hizo enojar a su hermano menor. El resto del viaje escuchamos música, pláticamos sobre Gorillaz, Daft Punk, Kanye West, directores mamadores que vienen al Festival de Cine de Morelia y vimos un atardecer. Cliché todo, menos que le dije a Gabo “estoy siguiendo tu hábito de escribir mínimo una hora diaria” y que mi mamá llevaba toda la tarde esperándome.

Llegué a la casa de mis papás cayendo la noche. Hablamos de lo de siempre. Cómo les ha ido, qué ha hecho mi hermano, quién de la colonia ya se casó, quién desapareció, cuándo iremos de vacaciones. Otra vez se olvidaron de preguntar por mí. Casi nunca lo hacen, porque yo soy el que empiezo y al que acaban ignorando por comentar algo que pasó en la televisión. Me entristece pensar así, pero cada que voy me entero de puros chismes. Entonces les hablé de Gabo, de su Festival contra los mosquitos de la huerta y que usaría una camisa hawaiana para ir. Mi madre, que dejó por un momento su celular, me miró y preguntó cosas. Le conté que a Gabo lo conozco desde la MaPeCo (una escuela de artes plásticas allá en Uruapan), que ahora es amigo de Celina, y que efectivamente, solo estaría allá hasta el domingo.

Mi madre no es una persona que diga mucho pero en su cara lo dice todo. No lo tomó bien, pero nunca toma a bien lo que suceda conmigo. De los 26 años que llevo conociéndola, siempre ha dejado a medias sus palabras. Mi padre por el contrario, siempre concluye sus oraciones. Lo que deja a medias es el resto: reparaciones en la casa, su titulación como M.V.Z. y sus proyectos. Él fue quien se sorprendió con la historia de Gabo. “¿Un amigo con una huerta? Órale”, fue lo que adiviné en su silencio.

Pláticamos de otras cosas, otros temas y otras personas en lo que restó de la noche. Me fui a dormir temprano, sin ver televisión, sin prender la computadora, sin leer o escribir un tuit. Dormir y ya, era lo que quería. Al día siguiente Gabo pasó de nuevo por mí y fuimos por uno de sus amigos. Minutos después, nos encontramos al resto de los invitados al #LlevenRepelenteFest y llegamos a la huerta.

En la huerta hacía mucho calor. Me sentí sabio al llevar una camisa hawaiana, mezclilla y tenis. El repelente lo compró Pablo, un amigo de Gabo con el que estuve platicando un buen rato. Al poco tiempo llegaron profesores de la MaPeCo, otros amigos de Gabo y ya casi para comer, Celina, sus hermanas y uno de sus amigos. Había cervezas, muchas frituras, zarzamoras para comer ahí, llevar o llevar comiendo, agua de zarza que hizo Sam -uno de mis maestros de grabado en la MaPeCo- y pláticas muy raras. Alain -un amigo de Gabo, que es hermano de una de mis amigas, que me cae bien, que es un pozo de buenavibra, que todo mundo estamos a seis grados de separación- ya estaba medio ebrio. Gera -otro amigo de Gabo, que me cae bien, que también está desempleado, que me recomendó el último disco de los Rae Sremmurd- escuchó mis pensamientos sobre las plantas, Zirimicúaro, Uruapan y Morelia y me dijo que no hay pedo. Luego se fue a cortar zarzas y estuve con Celina.

Comimos costilla en lugar de carne asada porque Gabo se equivocó, y siendo él, compró costilla. Un día antes me había contado que su Tío se la consiguió porque con eso sobrevivieron a una expedición en las ruinas del Volcán. La historia mutó de voz en voz pero todos coincidimos en algo: la costilla estaba sabrosa. Continuamos así, entre cervezas, chistes locales, carreta al Gabo, sufrir el mal de puerco y cortar zarzamoras hasta que pasó lo impensable. Como si fuera un día especial, un domingo fuera de lo común, comenzó a granizar en la huerta.

Empezó con gotas duras y se transformaron en rocas de hielo. Gabo tuvo una idea, nos gritó que tomaramos una de las mesas, la agarró de sus patas traseras, yo de las delanteras, y la usamos como escudo ante el granizo. Alguien se metió enmedio y avanzamos a través de los surcos, entre las zarzamoras y las rocas heladas hasta el cuarto-bodega en el que todos nos refugiamos. Nunca se me va a olvidar la cara de Gabo viendo el granizo atacar el patrimonio de su familia y suyo. Le di una palmada en la espalda y conseguí un cigarro.

Granizó como por media hora. El campo quedó cubierto de una capa blanca, fría, entre hojas derrumbadas y manchas púrpuras. La zarzamora es guerrera, porque a puro cálculo visual, no se cayó ni la cuarta parte de la cocecha. Además, ya era fin de temporada y los invitados al #LlevenRepelenteFest había cortado las zarzas más maduras. La tristeza de Gabo era otra. Era por los coches abollados de tanta roca helada. Nuevos, estacionados a la intemperie, castigados por lo impredecible de las nubes, sometidos al granizo inocente y travieso.

Después de la granizada llegaron otros huerteros. Cálculo de daños, evaluación de la tormenta y llamadas telefónicas. Los amigos de Gabo se fueron yendo poco a poco. Al final solo quedamos los maestros de la MaPeCo, Gabo y yo. Me ofrecieron un mezcal, charlamos un poco y nos fuimos. En el camino Gabo volvió a lamentar que el granizo hubiera madreado el coche de Pablo y todos los que se quedaron estacionados. Sobre la huerta, dijo que el único pedo era quitarle el trabajo a las cortadoras. Cenamos, conocí a su papá, que en ningún momento se mostró preocupado por el granizo, y me dejó en la casa de mis padres. Mi madre me reprochó que olía a borracho, metí lodo y me había tardado todo el domingo. Le pregunté que qué habían hecho, si habían salido a pasear o ver a alguien. Su silencio, otra vez, me dio las respuestas. Estaba mal, se sintió enferma, se quedó en cama todo el domingo, acabó llorando, quería sus pastillas, no probó las zarzamoras que corté para ella. Me fui a dormir otra vez, sin hablar con nadie.

“GRANIZADA AZOTA URUAPAN”. “SORPRENDE GRANIZADA A URUAPAN”… eran los encabezados que leí al despertar el lunes. Con Gabo ya no hablé, pero supuse que estaba otra vez en la huerta evaluando daños. Me quería ir ya, hacer maleta ya, hacer algo ya. Lo que fuera, en donde fuera, menos en esa casa. Por cuestiones de salud, de la salud de mi madre, me quedé hasta medio día. Como dije, hice el desayuno para mí, la comida para mis padres y al final terminé comiendo con mi mamá porque mi padre había salido a trabajar.

Esa vez fue distinto. Escuché otra vez sus problemas pero no dije nada. Me cansé de ser su terapeuta y gastar minutos en viajar a una casa en la que al entrar, siento que ya quiero irme. Exagero quizá, pero es lo que siento. Terminamos de comer y me despedí. Tomé un taxi, esperé el camión y al caer la tarde ya estaba en Morelia. El martes, hoy exactamente una semana, hice agua de zarzamora. Me la terminé en tres días porque con el calor me la bebo rápido.

Quisiera tener mi propia tierra para sembrar frutas, cortar la mayoría, venderlas y con lo que sobre invitar a mis amigos a que se las coman o hacer agua fresca. Pero no se puede porque mis padres no tienen dinero y nunca se les ocurrió hacerse de un patrimonio. Tampoco tienen coche para visitarme o que me lo presten y yo los traigo. Únicamente tengo su presencia, su recuerdo y la receta para hacer agua que me pasó mi madre.

Las mueles, pero nomás tantito. Le pones azúcar, pero no tanta. La puedes combinar con guayaba, hielo y la sirves con la comida. Hoy tengo ganas de cocinar bistec a la mexicana. Arroz rojo, frijoles y queso ranchero para acompañar. Al bistec, le pondré mucho chile. No me preocupa si sabe picoso. Con las zarzas que me sobran tendré mucha agua para quitarme lo enchilado.

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Oscar Eme Mora.
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Written by Oscar Eme Mora.

Todo lo escrito aquí, es espacial

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