Bulto

Oscar Eme Mora.
12 min readMar 9, 2019

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Salí del cine conmocionado y triste. El musical fue devastadoramente bello, como tomar la mano a Sandy al final de la función. Esperamos los créditos para darnos un beso más. Pagué el boleto del estacionamiento y acordamos el destino.

La película la había escogido Sandra. Yo quería ver acción o algo con crímenes y música electrónica pero ella insistió en ver algo más acorde a nuestra cita. Accedí aunque odiaba los musicales y todas esas ridiculeces cursis. Media hora después de que la sala oscureciera, me sentí identificado con el protagonista. El final de la película no me pareció el mejor porque la pareja terminaba separada pero traté de pensar en alternativas. Pensé muchas y concluí que ese era el mejor de los finales posibles. Todo esto mientras apretaba la mano de Sandra y sudaba de los nervios.

No podía creer que hubiese aceptado mi invitación a tomar algo. Pagué el boleto de salida y cuando bajé por la rampa hacia la calle, se nos atravesó algo. Por el impacto, como primera opción pensé en un perro. Lo había atropellado, fuera lo que fuera, lo había asesinado con mi auto. Luego caí en la cuenta de que en esa zona y a esas horas, ya no hay animales cerca. Entonces solté mi primer grito:

- ¡Puta madre Sandra! Acabo de matar a un vago.

- ¿Un qué? — preguntó ella.

Aguantando el llanto todavía por el devastador final de la película, le grite:

- ¡Un vago! Un tipo ahí parado. Haz algo que si hay sangre yo me desmayo.

Sandra bajó y se quedó parada frente al coche. Hizo señas de que el atropellado estaba bien. Quise darme a la fuga, pero después de haber visto el musical, no podía ser una mala persona. También bajé del coche. Subimos al atropellado al asiento trasero y buscamos un hospital. Lo llevamos a la clínica municipal pero sala de urgencias estaba repleta de gente. Pasó más de una hora y nadie nos volteó a ver. La enfermera solo decía que esperamos nuestro turno. No pude seguir esperando y convencí a Sandy de irnos. Dejamos al vago recostado en el sillón de mi departamento. Esa noche, por primera vez en meses, había más de dos personas en el interior. Tuve sexo y Sandra se quedó dormida entre mis brazos.

Al salir el sol, el vago seguía ahí. Empecé a decirle “El Bulto” a falta de un sobrenombre más ingenioso. Buscamos entre sus cosas pero solo llevaba un maletín al que se aferró cuando lo atropellé. También había unos frascos con alcohol, unos lentes anticuados y un par de cuadernos. Los lentes eran cuadrados, chicos y de armazón metálica como los que usaba mi abuelo antes de quedar ciego. De los cuadernos, solo recordé su inusual empastado. Cocido, elegante, como los que había visto entre las cosas que el abuelo dejó en el departamento.

- ¿Y si se murió?- Le pregunté a Sandra.

- No seas pendejo Gustavo. No ves que está respirando -me respondió ella.

En lugar de preguntar si le había gustado coger conmigo, guardé silencio.

El bulto durmió más horas. Su sueño nos dio oportunidad de desayunar, bañarnos, besarnos y pedir una pizza por si decidíamos no salir más. Encendí el calentador de agua y El Bulto despertó de manera repentina. Me miró, giró la cabeza al rededor del departamento y sacudiéndose el sueño dijo algo así como:

- ¡Todo lo que se hace por amor, está más allá del bien y del mal!

- ¿Qué dices? No alcancé a escucharte. — Le grité a Sandy para que acudiera a mi ayuda.

- Oye, creo que este vato ya se despertó, — agregé.

- Hola, soy Sandra y él es Gustavo, ¿tú cómo te llamas? — dijo ella.

- ¡El sexo es una trampa de la naturaleza para no extinguirse! — respondió El Bulto.

- Tamadre. Este wey todavía está pasoneado. — Miré a Sandra preocupado y le hice señas de echar al recién levantado.

- No espera -me dijo, rompiendo el lenguaje encriptado de las señas- qué tal qué le pegaste en la cabeza con la defensa del vocho y tiene un episodio psicótico.

- Psicótico mi abuelo que ya no veía y andaba preguntando por su escopeta. Qué tal que aún anda en el avión y eso a mí me da miedo ¿y si nos quiere matar?

Sandra me echó una mirada de reproche y El Bulto se levantó. Acomodó sus lentes y se quedó mirando fijamente a la pared. Volví a temer. No por mí, sino por Sandra. ¿Y si estaba en peligro? ¿Y si me golpeaba, quedaba desmayado y a ella la violaba después? Caminé lentamente hacia la cocina. Regresé con un vaso de agua en la mano derecha y un cuchillo en el bolsillo trasero. Encontré al Bulto sentado, envuelto con mi cobija favorita y a Sandra inspeccionando su maletín. Ya con luz, lo descubrí normal. Un poco tímido; cabello negro y bien cortado; nariz aguileña; cejas y bigote tupido; de estatura promedio. Parecía no tener idea de quién era o dónde se hallaba. Llamé a Sandra, y fuimos de nueva cuenta a la cocina. Aproveché el momento para guardar el cuchillo y explicarle mi preocupación por El Bulto.

- Hay que decirle que ya se vaya a su casa, qué tal que es dealer y ahí trae tachas o lo que sea que se haya metido. Señalé el maletín pero Sandra soplo hacia su fleco y negó con la cabeza.

- Gustavo no mames. Ahí solo hay medicamentos, papeles y un bolígrafo.

- ¿Entonces es vendedor de medicinas, pastillas Biblias o que pedo? Insistí.

- No. Yo más bien creo que es maestro y esos papeles han de ser exámenes de sus estudiantes o sus trabajos.

- ¿Profe como de Universidad o prepa? Después de mi pregunta, Sandra me miró con su cara de confrontación pero El Bulto volvió a tomar la palabra.

- ¡Estoy a 6000 pies más allá del hombre y del tiempo! Gritó interrumpiendo nuestro debate desde el otro lado del departamento.

- Oye amigo, ya no grites. — Le respondí gritando.

Sandra puso su mano derecha en mi hombro y la izquierda en mi entrepierna. Me calmé. Ella regresó a la sala y la escuché murmurar con El Bulto mientras yo buscan de nueva cuenta el cuchillo. Regresé al comedor, nos sentamos los tres en la mesa y lo pude observar con detenimiento. El tipo comía con delicadeza y en pequeñas cantidades. Tenía la pinta de profesor extraviado, como de una escuela anticuada en donde los estudiantes aún usan tinta, pergaminos y se tratan con respeto. Vestía un saco de segunda mano y parches en los codos. Camisa cuadrada; colores sin vida, pantalón caqui, zapatos perfectamente abrochados y boleados; y sin duda, tenía un porte parecido a los vendedores de enciclopedias. Con él me sentí digno de tener un invitado. Lo único que me molestaba era el tipo de comunicación que manteníamos. Gestos, sobreentendidos y murmuraciones interiores. Me estaba cansando.

Sandra le ofrecía algo, él aceptaba. Conmigo, El Bulto permanecía mudo, quieto, como asustado e indiferente. Me sentí frustrado y le dije a Sandra que daría una vuelta en el auto. Manejé un rato por la ciudad pensando en ella sin definir un rumbo. Al regresar no encontré a Sandra ni al Bulto. Iba a buscarlo pero me encontré el maletín tirado en el sillón. Lo observé y no pude soportar la tentación. Adentro, solo había un montón de papeles, una pluma, un par de libros viejos sin portada con olor a viejo y unos frascos con aceites y sustancias desconocidas. Puse todos los objetos sobre la mesa y lo separé todo. De pronto uno de los cuadernos se abrió y volaron cientos de hojas con frases escritas en letra manuscrita. Intenté leer una hoja pero confundía las letras. Y aunque podía distinguir las vocales o alguna que otra letra, no logré entender ninguna de las frases escritas. Pensé que era otro lenguaje, como el que utilizó el abogado para hacerme firmar el testamento del abuelo.

Me frustré y traté de meter todas en el cuaderno pero uno de mis codos movió un frasco en la mesa y este se estrelló en el piso. El departamento comenzó a tener un fuerte olor a alcohol y remedios caseros. Leí las etiquetas de los frascos. Algunos eran remedios para el dolor de cabeza, para el estómago y la gastritis, para la migraña o dolores de oídos y muelas. Pobre tipo, pensé. Igual que el abuelo y la decena de pastillas que tomaba a diario. Había también un tónico “estimulante”. Me hizo pensar en la muerte del viejo. Sobredosis de píldoras azules. Un mes antes, mi madre encontró un tónico similar entre una maleta vieja del abuelo. Cuando lo tiró todo por el lavado, comenzó aquel periodo donde gritaba a diario. Luego murió, encontramos más píldoras azules entre sus almohadas y tuvimos que limpiar el cuarto. Solo quedó su olor en las cortinas, en la alfombra y las camisas encerradas en un closet. Un año hasta después de limpiar todo el departamento, me mudé. Descubrí la llave del closet el primer fin de semana pero nunca le conté a mi madre. Desde entonces, no me atrevo a salir más de un día y mucho menos, dejar que mi madre venga a limpiar mientras no estoy.

- ¡En el amor siempre hay algo de locura, más en la locura siempre hay algo de razón! Gritó de nueva cuenta.

El Bulto. Me sacó de mi transe con su voz seca y profunda retumbó. Había estado todo el tiempo en algún rincón de un cuarto mientras yo hurgaba en su maletín. Pensé que reclamaría o algo pero ni siquiera me miró y regresó al sillón en el que había dormido las últimas horas.

Seguí como si nada guardando sus cosas en el maletín y cuando terminé, caminé a la cocina por agua para mí y para él. Al regresar, le ofrecí su vaso. Lo encontré buscando entre los cuadernos que coloqué en la mesa. Buscaba entre las hojas pero en todas, ya no cabía ni una sola frase más. Se me ocurrió ir al cuarto del abuelo por uno de sus viejos cuadernos y prestárselo al Bulto. Tomó el viejo cuaderno y comenzó a escribir en ellos. Había algo de tranquilidad en verlo sentado y sumergido mientras llenaba los renglones. Con el bolígrafo incansable, mantenía la cara completamente echada hacía abajo, los codos enterrados sobre la mesa y toda su atención se fue volcando y entregando a esa actividad. Lo dejé tranquilo, hice té para ambos y así estuvimos unas horas hasta que llegó Sandy.

Llevaba encima un par bolsas llenas de comida y ropa. La comida era para los tres. La ropa se parecía a lo que dejó mi abuelo en el clóset. Le pregunté qué de dónde había sacado todo eso. Me dijo que yo no era el único en tener abuelos muertos y yo no quise saber más porque alcancé a ver un pantalón idéntico, color ocre, apagado y anticuado, como el que usaba el abuelo el día de su muerte. Ella le entregó la ropa al Bulto. Lo llevó a mi habitación y lo dejó ahí. Cuando El Bulto comenzó a hacer ruido tras la pared, la tomé del brazo y la llevé a la cocina.

- Tenemos que hablar. ¿Qué vamos a hacer con el bulto?

- En primera, ¿por qué huele a nectarina? ¿Estuviste hurgando en su maletín pinche chismoso? No pude ocultar mi nerviosismo y le hice señas.

- Y en segunda, no le digas Bulto. Su nombre es Federic y mejor respétalo porque resulta que es profesor y de una prestigiosa universidad del extranjero.

- ¿Lo investigaste o que pedo? Inquirí pero de nueva cuenta obtuve su mirada como respuesta fulminante.

- No. Lo supe porque ahí en las hojas que trae lo dice. –Yo guardé silencio.

- Bueno, ¿Federico se va a quedar o qué onda? Porque no pienso tenerlo todo el fin de semana ¿quién lo va a cuidar, dónde vive, tiene familia, te gustó el musical?

- Mira Gustavo— contestó sin mirarme- no sé nada de eso. Yo creo que aún le duele el golpe y no te conviene sacarlo a la calle. ¿Quieres que te demande por haberlo atropellado? Fue tu culpa y es tu responsabilidad hasta que se acuerde en donde vive. Creo que si come, se toma sus medicamentos y con un baño se le quita la amnesia.

- Que del domingo no pase. No es que desconfíe, pero es muy raro lo que dice y escribe.

- Pues claro -me recriminó- si es escritor de aforismos

- Afo… qué -pregunté pero Federico salió del cuarto y exclamó:

¿Es el hombre sólo un fallo de Dios, o Dios sólo un fallo del hombre?

Guardamos silencio. Escucharlo me puso a pensar en Dios y mi abuelo. No supe quién fue el primero abandonar al otro.

- Gustavo, te voy a leer las cosas hermosas que escribe Fede.

- ¿Apoco sabes leer manuscrita?

Mi comentario no le cayó bien a Sandra. Supongo que lo dejó pasar y tragó saliva. Comenzó a leer: “Todo el que disfruta cree que lo que importa del árbol es el fruto, cuando en realidad es la semilla. He aquí la diferencia entre los que creen y los que disfrutan”. “Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”. “Fórmula de mi felicidad: un sí, un no, una línea recta, una meta”.

- Espérate que eso ya no lo entendí.

- Pon atención, igual y aprendes algo.

- Es que no le entiendo. Es como si quisiera decir algo pero no termina de mencionarlo y tienes que pensar.

- ¡Exacto, ese es el punto! Pero ya vi que no te interesa esforzarte. Sandra cambió de actitud repentinamente. Ya no pude encontrar su rostro. Sus movimientos se hicieron rápidos y precisos. Para mi sorpresa se levantó, tomó su bolso, se despidió del bulto y salió del depa.

La dejé irse porque creía que volvería. Las horas pasaron y Fede seguía escribiendo mientras yo permanecí esperando a que Sandra regresara. Cuando el sol se puso, agarré las llaves y le dije al bulto que si quería, podía acompañarme. Me entendió y subimos al auto. Anduve por las principales calles buscándola. Me sentía triste y miré a Fede que también parecía distante. Bajé del vocho, entré a una cantina cercana y pedí un wiski. A los pocos minutos en la barra me acompañaba Federico a quien le pedí una cerveza que bebió a sorbos lentos.

- Pinche Sandra, si supiera que nomás fui a ese musical por ella.

- La vida ha de superarse siempre de nuevo, -me contestó Federico.

- Tienes razón. Fíjate, estuve como cuatro años queriendo que fuera mi novia, y ahora que ya parecía lograrlo, me sale con esto. Fede, de corazón si tu comprendes algo de esto dímelo.

- Siempre es consolador pensar en el suicidio: de este modo se puede sobrellevar más de una mala noche.

- Oye, no entiendo nada pero deberías de escribir un libro de superación o algo así.

Él no dijo nada. Terminó su cerveza y me espero a terminar mi wiski. Hubiéramos pasamos la noche en la cantina, de no ser por un mesero que me echó. Fede bebió en total tres cervezas. Yo me terminé una botella, y como pude, manejé hasta casa. Le dije a Federico que durmiera en mi cama y caí dormido en el sillón.

Desperté con una resaca mortal y recordando que seguía sin Sandra. Calenté café y le grité a Fede. No contestó ni a la primera ni a la quinta llamada. Abrí todos los cuartos y no estaba. Encontré la cama del abuelo tendida. La habitación en orden y unas hojas sobre la mesa. Fede había escrito, al inicio de las hojas y en manuscrito:

“Para mi estimado anfitrión.

Con veneración y afecto: F.W.N”.

Las guardé en mi cajón y me quedé bebiendo café tratando de entender aquellas letras.

Pasaron los meses, vendí el departamento pero no me atreví a deshacerme de los manuscritos de Fede. Seguí sin saber de Sandra y que le escribí y la busqué por todas partes, obtuve respuesta suya. En su casa me dijeron que se había mudado y casado con un ex novio o algo así. De Federico en cambio, supe un poco más de cosas. Supe por ejemplo, que en aquellos frascos guardaba remedios contra una enfermedad que lo aquejaba desde niño. Supe también que un día sin más se derrumbó tras un tremendo dolor de cabeza. Todo ocurrió en una plaza pública frente a decenas de personas. Después de eso, terminó postrado unos diez años en una cama siendo cuidado por su hermana. Jamás pudo volver a escribir o beber cerveza a sorbos. Estuvo así unos años hasta que un día simplemente dejó de respirar. La hermana consiguió los derechos sobre sus manuscritos, los editó en forma de libros y ganó mucho dinero con eso. Se supo finalmente, de su inteligencia y le llegó la fama, el reconocimiento y los aplausos aunque él ya no estuvo ahí para escucharlos.

Cuando recuerdo esta historia la gente me mira con escepticismo. Como si me la hubiera inventado o sacado de la manga. Para desmentirlo y como prueba de lo que pasó, aún conservo los manuscritos que dejó Fede. Esas hojas que le regalé y en las que quedaron esas frases enigmáticas. A Sandra en cambio no la volví a ver nunca. Pero desde ella, me gustan las películas musicales. En ellas todo termina bien aunque las cosas se compliquen. La gente baila, canta, llora, se besa y comprende que la vida no es más que un gran número y a veces, yo mismo escribo los musicales y les agregó finales distintos. Todo lo hago en letra manuscrita que aprendí a escribir y leer para algún darle las gracias a Federico por enseñarnos que lo que nos mata, nos fortalece.

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Oscar Eme Mora.
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Written by Oscar Eme Mora.

Todo lo escrito aquí, es espacial

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