Caleidoscopio, uno.
¿Han visto a través del tubo de un caleidoscopio?
Yo sí y me asome bastante; aunque ya se hayan cumplido varios años desde que no uso una de esas cosas.
La primera vez lo tomé por accidente. Ni si quiera recuerdo lo que vi. Era un modelo casero hecho con un tubo de cartón sobrante de papel de baño. Tres espejos largos que formaban un triángulo guardan cristales con papel amarillo, rojo, morado, verde, azul y blanco. Cada vez que miras por el vidrio al fondo tendrás figuras dando vueltas al tubo que se transformaban las unas sobre las otras en todas sus caras y sus partes.
Me fascino.
Contraluz la experiencia es más alucinante. Te pierdes por horas en ello. Luego tuve que devolver el caleidoscopio y mi cabeza se ha conformado con el recuerdo desde entonces.
Soy un sujeto algo aleatorio. Mi cabeza elige momentos azarosos, los pega con otros y construye recuerdos falsos. Estos parecen tener más vitalidad que la memoria técnica con la que sé con cuál pie debo de pisar primero.
Durante los últimos años en mi cabeza han girando algunas ideas persistentes: el movimiento, el instante, la variación, el tiempo-espacio, la singularidad y pluralidad de la vida. En el Todo, recortado a mi vida y mi vida proyectada en su totalidad, ha estado pensando en los momentos. En esos instantes que permanecen he dedicado mi soledad.
La figura del caleidoscopio, que todavía no borro, de alguna manera me recuerda estos instantes. Su magia consiste para mí en que no están, y sin embargo, estarán hasta que decidamos remplazarlos con otro momentos. La memoria se aparece entonces como un laberinto del que a veces podemos disponer, recorrer pasillos y encontrar callejones sin salida. Ahí encontraremos algo que habíamos creído extraviado. Recuerdos, memorias, vivencias, como quieran decirles.
Mi caleidoscopio son esas anécdotas desconectadas, que al girar, se transforman en figuras. Escribo cuentos con esas figuras. Hago textos, recorto y pego instantáneas que ya no están, que no volverán. Me gano la vida, por así decirlo, elaborando cuadros, rectángulos, polígonos y circunferencias de trozos y piezas. Soy un costurero del lenguaje; algo que por sí mismo ya suena ridículo y pretencioso. Ni modo. Y aunque igual a las visiones de un caleidoscopio casero, estas habrán de desaparecer dando paso a otra transformación. A veces la imagen es la misma y sin embargo hay algo en sus elementos que la distingue de otra. Nunca habrá repetición. Nadie se plagia los mismos textos en una misma vida.
Mi pasatiempo es recordar los buenos momentos sin caer en la nostalgia. Incrementa la felicidad que me dieron y los malos recuerdos blindan el miedo al futuro.
Es por ello creo que disfrutamos de la ficción. Sea novela, sea una película o sea nuestra vida proyectada, narrada o inventada. Son los cristales de colores, que formados según el giro del tubo, formarán una figura que solo permanecerá un instante, porque cuando decidamos volver a girar la forma habrá cambiado para bien o para mal y esa es para mi la idea de un Caleidoscopio.
Todavía no sé porque escribo semejantes cosas en lugar de almacenarlas en papel o en mi cabeza. Supongo una necesidad inexplicable y la exceso de momentos. Cada uno, y a su manera, forman el cristal, el color y la figura de la que son parte y que constituyen al todo caleidoscópico. Un vicio por la metafísica y la ficción aplicada a sí-mismo me sugiere que continúe.
¿Quién no ha soñado aunque sea en una pesadilla, la idea del movimiento eternamente fluido? Un Caleidoscopio sería un buena mapa para no extraviarnos en este laberinto.