“Casi un padre”
A propósito de Federico Ortiz, “El Vecino Mayor”
Confieso que es una exageración decir que Federico Ortíz Arias fue “casi un padre” para mí. Lo admito: es un cliché literario-cursi-de columna a doble plana. Lo digo con sinceridad y sarcasmo, si Fede viviera no estaría adulando su memoria ni escribiendo sobre él porque tendría pena de enseñarle mis textos.
A él lo conocí en una escuela de arte de Uruapan en la que pasaba mis tardes platicando, disque dibujando, haciendo grabados y escuchando música. Mi amigo Gabo sabe que a la MaPeCo íbamos a refugiarnos un rato y creer en el poder del arte. No sé él, pero en mi caso sirvió más para conocer gente distinta a la que solía escuchar y apreciar el café de mi tierra, que para volverme artista gráfico. Ahí encontré mucha gente pirata, idealista, creativa y platicadora de lo que fuera.
Como escribí en una columna –que irónicamente me pidieron para un periódico en el que trabajé un tiempo– (pueden leerla en este link) a Fede lo reencontré en su lugar favorito: La Vecindad, ubicada a unos metros del centro de Uruapan. No contaré más nuestra particular amistad porque caeré otra vez en la repetición dulzona y el lagrimeo discreto. Lo escrito escrito está. Sin embargo lo traje a Medium por algo más que ser un simple recuerdo. Por culpa y gracias a Fede, me tomé a mí mismo como algo más serio.
Una vez lavando trastes y echándole agua a las plantas Fede me preguntó que qué estudiaba. Le contesté que filosofía y se prendió la mecha. Estuvimos hablando un largo rato sobre sus profesores viejos y los míos –todavía más viejos– y en eso se nos fueron semanas. Teníamos un taller de lectura en el que compartíamos textos cortos, poemas y uno que otro ensayo hasta que nos aburrimos de solo beber café reciclado y fumar delicados repasando autores. ¿Y por qué no empezamos a escribir y leernos entre nosotros? Y como dije, se prendió la mecha.
El taller literario de La Vecindad duró unos meses. Lo empezamos entre todos, luego lo tomó la escritora Agustina Ortíz, hermana de Fede, y concluyó con dos números de una revista a la que llamamos Lengua Azul. En aquel tiempo yo no me tomaba en serio lo de escribir y mucho menos publicar lo que salía de mi blog perdido en el mar de los buscadores. También tenía una libreta en donde apuntaba ideas o desarrollaba breves narraciones. De esas no sobrevivió ninguna porque mi papá tiró ese cuaderno y al blog me encargué de sepultarlo yo mismo. Pero fue en un evento, al que llamamos “Velada Literaria”, en el que leí por primera vez en público. Aquel cuento trataba de un hombre, que buscando trabajo, acaba haciendo el ridículo y encarcelado. Era tonto, bobo, con un humor fácil y escrito con muy pocos recursos. Hice reír a quienes lo escucharon y me gané un mojito de esos que solo Fede sabía preparar: con hierbabuena, un poco de azúcar, ron del pegador y un toque de nurité traído de la meseta purépecha.
Los años pasaron y los encuentros fueron menos frecuentes. La última vez que vi a Federico le conté que estaba escribiendo un cuento en honor a su hermano porque en una librería de usados, encontré varias de sus obras y libros personales. Me dijo “hazlo y lo leo”, y a la fecha no he escrito tal cuento. Lo sé, se lo debo.
Dicen que Fede murió mientras rayaba una de las paredes de la Vecindad. De un ataque al miocardio. No me consta y he escuchado varias versiones de esa noche que cambian detalles, las últimas palabras y hasta el respiro final. Lo que sé, y con seguridad, es lo que siento. A un amigo que falta. A un gran hermano de todos lo que lo apreciamos y sobretodo, a un lector curioso e incansable. Fede fue quizá, mi primer lector sincero.
El 2016 fue uno de mis mejores años. Me pasó de todo, y en el ámbito profesional, logré algunos objetivos personales que si demoraron fue porque tenía que ser así. Digamos que le perdí el miedo a publicar, a leer en público, a llevar las posibilidades de mi escritura más allá del papel y los caracteres digitales.
Y todo lo atribuyo a ese empujón que necesitamos todos. Ese “hazlo” sin recato y que sea por ti y tus méritos. Sigo creyendo en la autogestión y el autodidactismo. En la sabiduría más que la inteligencia o la erudición vacía. Y sobretodo en compartir y saber que a veces no podemos solos. Que somos vecinos, hermanos, que andamos en el mismo camino aunque parezcamos extraviados. Gracias Fede porque a un año de tu partida míranos aquí. A tus hijas, a tus amigos, a tus vecinos de siempre. Mira y acércate que seguimos usando la lengua y los dedos.