Destender la cama

Porque no todo lo que aprendimos en casa sirve, porque algunas cosas nuevas se pueden enseñar al regresar a casa.

Oscar Eme Mora.
4 min readMar 22, 2017

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Tiendes la cama y te das cuenta de que, pensando en tu día, tu futuro, el futuro, lo pasado y el presente, no pusiste una sábana.
Deshacer la cama o dormir sin sábana.

Ese momento en que estás atravesando una crisis.
Madurar o estancarse, permanecer y recordar, o arrancar e irse.
Avanzar dejando atrás o cuidar lo que acumulamos.

Despedirse de una vez o prolongarlo todo, al cabo qué, ya pasará de algún modo o ninguno.

Ser recordado por alguien, por algo, de algún modo.

Olvidar así nomás.

Comprar más cosas, venderlas todas.

Aprender, demostrar lo que se sabe, merecer y pasar de largo, en cualquier lugar y con el tiempo como compañero, no como medida.

Enseñar más que presumir, reconocer que se sabe poco y decir “lo siento”, “te amo” y “comprendo” sin imitar una voz, sin fingir que somos fuertes y tenemos todo bajo control.

Acabar con algo pendiente o amontonar libros prestados, comprados de oferta, que no serán leídos, en el suelo siendo mero adorno, un fetiche absurdo o un trofeo al egoísmo.

Lavar a mano o en una máquina, comprada a meses sin intereres y con vales de despensa.

Usar suavizante de telas o ignorar todos los tips de mamá, todas las preocupaciones suyas, que entienda que tu vida no le pertenece.

Tender arriba de la azotea, entre tendederos gastados, con pinzas metálicas un tipo, de plástico las que tú compraste.

Descolgar la ropa de tus padres también, de paso la de algún hermano y el ridículo suetercito del perro viejo y enfermo de la familia.

Sólo mirar el día, el cielo, la ciudad que retumba en sirenas, claxones, una ambulancia o patrulla lejana, el humo y los cerros poblados.

Absorber el aire puro, azul y mirar la ropa del vecino, vieja, anticuada, de su yerno, del recién nacido, las hojas secas sobre el cemento impermeabilizado, con un cuartucho para las crisis matrimoniales, con plantas quemadas por el sol, secas y cafés, y a la lejanía, los montes deforestados, el que ardió casi una semana entera, las huertas privadas, repletas de árboles que secan la tierra, que chupan el agua y vomitan calor, dinero, cáncer, facturas económicas, una fruta de exportación y fama.

Bajar la escalera de caracol mandada hacer, las de madera hechas en casa, las de cemento lleno de manchas y pisadas.

Regresar al cuarto adornado con estampitas de la adolescencia, a la puerta sin llave, a las cuatro paredes pintadas del color de la casa.

Volver a destender la cama, quitarle la cobija ganada en la rifa de la empresa a la que renunciaste por venir aquí, quitar la otra cobija que te tomaste prestada del clóset, la cobija que te regaló tu abuela unos pocos años antes de morir y las almohadas, cada una.

La que compraste el año pasado con el sueldo de la empresa que te despidió. La que también te regaló la abuela Lola. El cojín de tu primer edredón azul, liso, sin figuras geométricas, sin superhéroes, personajes de películas animadas o Los Rugrats.

El otro otro cojín, el que tomaste de la cama de tu hermano, el complemento del edredón azul que él también tenía, pero sin funda porque esa se rompió con el tiempo y el de color verde, juego de una cobija gruesa y enorme que alguna vez vomitó papá y costó mucho mandarlas a la tintorería.

Acomodarlos sucios porque no hay dinero para hacer lo mismo.

Mirar abajo de la cama y no encontrar nada, ni tenis viejos, un calcetín extraviado o las bragas de alguien.

Perder una moneda y dejarla rodar al rincón, allá donde reposa la consola de Nintendo descompuesta, los zapatos sin bolear, la misma caja de esos zapatos almacenando cualquier cosa, un llavero quizás o canicas y coches de juguete para una casa sin niños, con todo el juego de té completo y un montón de remedios sustituyendo al café y cualquier alimento para el antojo.

Perder otro peso, un tostón que ya nadie valora, unas moneditas tan pequeñas que parecen una burla.

Acostumbrarse a la misma vista, al mismo ruido por la mañana y los mismos miedos por la noche o despertar para ir, para llegar a hacer, decir y leer, terminar el día a la hora que se quiere y desvelarse porque sí, bajo el riesgo del insomnio o el adormilamiento de lo cotidiano, simple y remunerado.

Decidir ahora y ya, porque el tiempo pasa, porque toca pagar la renta y buscar algo.

Sobrevivir al día, porque no hay de otra o tomar la siesta.

Dormir o no dormir con una sábana.

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Oscar Eme Mora.
Oscar Eme Mora.

Written by Oscar Eme Mora.

Todo lo escrito aquí, es espacial

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