Existir es una fuerza

Escribir después de leer es oxímoron.

Oscar Eme Mora.
5 min readMar 3, 2017

Lo que más cuesta trabajo al escribir es empezar. Vemos la hoja blanca (ahora simulada en un ordenador pórtatil o esclavo del enchufe eléctrico), el cursor, al rededor en una habitación cerrada, en la sala de una biblioteca y su silencio artificial o entre un cubículo, encima de un escritorio improvisado, entre las las tareas pendientes de la vida oficinil y la procrastinación digital.

Para comenzar a escribir algo, me funciona pensar en lecturas. Leer antes. Leer después. Cualquiera de esas dos, funciona. Escribir de este modo es un diálogo con los autores que nos gustan, con los pensamientos que se cuelan tras cerrar el libro o apagar la pantalla. Antes de pretender la trascendencia en algo impreso, en los dígitos reproducidos y la voz alta en un micrófono que apenas funciona, la fogata del abuelo-autor tiene el privilegio de advertirnos o alentarnos a volcar la existencia en un lienzo de renglones o tinta láser.

El año pasado me pasaron muchas cosas. Digo “me pasaron”, porque como si fueran la llanta de un arrollador tráiler existencial, yo solo estuve ahí. Una de estas fue retomar la escritura.

A partir de tener un horario más o menos estable, comencé a escribir más. Atribuyo a ese horario la adquisición (a crédito, sin intéres y aval) de tiempo. Pero ahora que mi tiempo es totalmente mío, que el costo es reducirle ceros a mi finiquito, cuando el día tiene que ser planeado conforme a lo que quiero y puedo hacer y no a las horas que debo cumplir y a las horas de descanso que se les hace una cuenta regresiva, me siento angustiado.

Libre y angustiado. Como ese concepto al que tuvieron que llegar los autores que he leído. Como los discursos de esos filósofos muertos hace muchos siglos. Como lo denunciado en las letras impresas en gordos tomos empastados y cosidos a mano de editoriales extintas. La libertad da miedo porque solo es posibilidad y existencia. Se aparece pero solo la puedes ejercer con lo que puedes. Se opone al deseo y la ilusión. Es real. Es cruda. La libertad es escribir sin diluirse entre lo posible y lo probable, sin caer en el vuelo imposible o el abismo de la inexistencia.

Comencé a escribir cuando estudiaba en la Facultad. Mis inicios están en reseñas de libros, de mis películas favoritas, de mis recuerdos y su única explicación válida para mí: la belleza de su eternidad en un tiempo que a cada rato va muriéndose. También escribía columnas -de opinión cezgada, prejuiciosa y altanera, como todas las columnas malas- y a veces me arriesgaba con una crónica o reporte.

He conocido personas que dicen escribir para comprenderse. Otras se conforman en la honestidad del “porque me gusta” y ponen fin a la duda. La verdad es que casi nunca hablo con mis amigos de sus motivos reales e íntimos del porqué hacen lo que hacen. No sé si a un amigo, que se dedica a fotografíar a la policía haciendo cosas, ama fotografíar a los policías mientras cargan niños o saludan a la bandera. Hay pocos amigos que hacen lo que realmente les gusta, como cocinar, preparar bebidad alcohólicas, caminar en el cerro, ver a su hijo, tocar el saxofón el piano la batería, imprimir tinta sobre piel y viajar. Una de mis mejores amigas (quiero pensar que aún lo sigue siendo, aunque ya no sepa en realidad tal estatus) quiere trabajar en el archivo municipal para preservar la historia de Uruapan. La honestidad y simpleza de su deseo me conmueve. Ojalá yo pudiera estar tan convencido de lo que quiero.

Estar convencido de algo y la libertad existencial no suelen ser algo que se tenga. Suelen ser algo que se adquiere. Que se gana y cocecha.

Me parece una estupidez pensar que los logros se conquistan. Pero es porque la palabra “conquistar” me parece muy bélica, muy hiriente para mi ser latinoamericano y evangelizado por todas las culturas. A veces siento que pudimos haber sido un Yo auténtico. Luego recuerdo que somos un lenguaje, una moral, una sociedad, un contexto, un cúmulo de nervios, una situación socio-económica, un período de tiempo en el infinito, un pedazo de cuerpo en los desprendimientos del ser, unos individuos divididos entre los convencidos y los dudosos. Los logros y los deseos no se conquistan ni se cumplen. Creo que como la agricultura, las artesanías y las casas, se van construyendo, definiendo y madurando como la siembra, como una máscara para bailar en el carnaval, como las ruinas que ahora admiramos.

Escribir es algo que me gusta pero la necesidad -de cualquier cosa- me hace posponer, vender y rentar mi tiempo para la escritura. Cuando terminé la carrera dejé de leer filósofos y me adentré en conocer las letras mexicanas. Por pura inercia lo decidí así. Leer autores en mi lengua. Releer completos los textos del libro de Español, 1ero, 2do, 3ero, 4to, 5to y 6to para primaria. Transité por la mitología de nuestros pueblos originarios, las crónicas de la Conquista, las guerras, reformas, romanticismos, modernismos y otros ismos que poco importan. La historia de nuestra literatura es un microcosmos que va recapitulando lo mejor, pero también lo peor, de la humanidad completa.

“Hacer algo en la vida”. Qué confuso mandato (¿de quién?) e impertinente. Nos estorba la existencia. Nos obliga a cumplir un deber, que no sabíamos, se incluye a la hora de dar el primer grito en este mundo. No hacer nada en la vida tampoco es válido. La letra chiquita del contrato natal expresa claramente que la existencia no puede ser solo eso y nada más. Hay que convertirla en algo. En una carrera universitaria, una familia puntual con sus impuestos y sus compromisos, en una fiesta clausurada por la inseguridad, por los vecinos envidiosos, en un largo discurso contra el silencio y el olvido, en la acumulación de propiedades, enemigos, personas, vanidades y autoconvencimientos.

Pero no. Todo eso no es ni cierto, pero tampoco es falso. La existencia, la vida misma, el reclamar u ocupar (depende cada quien su cada cual) un lugar en el mundo es solo eso. Escribir para mí es ejercer el derecho biológico y cultivar mi existencia. Solo después de debatir y perderle el miedo al cursor, es que puedo cocechar lo sembrado.

Quisiera que de esta tierra brotara un árbol fuerte. Que diera mucha sombra, convirtiera el smog de la angustia en óxigeno y diera frutas dulces y llenas de agua. Quisiera devolverle al mundo una seguridad y evitarle a otros, nietos y curiosos separados por los años, lo que la vida a mí me enseñó para que lo aprovecharan.

¿Cuántas veces dice alguien, antes de morir o en la plenitud de su existencia, lo que la vida le enseñó? Muy pocas según yo. Y de todas las que pienso, hay algo en común. Porque nunca he escuchado, de la boca y voz de alguien, la idea de lo que la vida fue para él o ella. Todas las he leído. Todas fueron de desconocidos.

Por eso hay que leer más y escribir de lo que vivimos. Por eso hay que seguir haciéndolo, para llegar al fin un día a saber qué es lo que quisimos y qué nos enseñó este juego al que llamamos vida. Para decirlo sin más. Para dejar el testimonio en otra vida, en otro texto, en otras escrituras.

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Oscar Eme Mora.
Oscar Eme Mora.

Written by Oscar Eme Mora.

Todo lo escrito aquí, es espacial

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